martes, 2 de octubre de 2012

La escuela de la vida

Antigua escuela de Orrios. Desde esas ventanas mirábamos el futuro. @cac.






        El maestro nos hacía levantar la  mano a la manera romana y así cantábamos el "Cara al sol". Todos los días, antes de subir por la barbacana de piedras hasta la escuela. Y luego, por la tarde, después de sermonear la tabla de multiplicar.
         Muchos años después pensé que nunca estuvimos cara al sol sino de espaldas. Porque esa escuela se ofrecía hacia el sur y nosotros mirábamos su fachada. Muchos años después pensé que la "fachada" fue la de aquella España.
           Entonces sólo era aprender a leer, hacer cuentas y rascarse los sabañones en los inviernos junto a la estufa caldeada con cepurros de carrasca. Y luego jugar a la pelota hasta que sangraban los dedos y dolían las quebrazas, justo en el porche junto al que no sabíamos entonces qué cantábamos ni por qué.
           Muchos años después he vuelto una y otra vez por ese lugar. Ya en él ni se juega a la pelota ni está allí la escuela. Queda el edificio donde en 1607 exigió juramento el primer Comendador que fue de la Encomienda de Orrios y Albentosa desgajada en ese momento de la de Alfambra. Queda el edificio con su "larán, larán" la restauración que nunca llega.
            Muchos años después mis nietos me preguntan por aquella lejana escuela. Y yo les hablo del sonsonete de la tabla de multiplicar, del Catón en donde me inicié en la lectura, del viejo ábaco arrumbado en un rincón, de los cristales empañados por la capa de hielo en los inviernos, del maestro que nos sacudía con la regla en la mano y nos hacía cantar aquello del "ademán" que nunca entendíamos, y de mis compañeros dispersos por el mundo y amigos entonces de juegos.
             Muchos años después miro aquella vieja escuela y acaricio el viejo pilar que la sujetaba  y encuentro el silencio en el que guardo tanta rabia contenida en estos tiempos de corruptos, de sinvergüenzas, de ladrones financieros, de mentirosos politicastros, de engañagaitas especuladores, de crápulas sociales, de ministros verborréicos que no saben lo que es una escuela aunque hayan pasado por aulas pijaitas, de eclesiásticos que siguen dándole vueltas al sexo de los ángeles.
            Muchos años después vuelvo y vuelvo a mi vieja escuela y pienso en estos nuevos alumnos que en su casa hablan árabe o rumano y aquí, mientras juegan y envían mensajes por celulares y ordenadores, se expresan en español y comparten una amistad sin pensar en qué se hizo con el acabose de tanto ladrillo convertido en humo, de tanto especulador dinerario, de la falta de ética de quienes predicaban en las tribunas, del derrumbe de un país y de unas gentes humildes que sólo quieren acudir todos los días a su lugar de trabajo y educar a sus hijos con decencia.

El viejo ábaco
                                  

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