lunes, 5 de septiembre de 2016

Tres en una jabeda

   Para mi amigo el historiador Serafín Aldecoa Calvo que estos días pasados nos habló y recordó las construcciones de piedra seca, arcilla y paja con que se construían, entre tapial y adoba, los pajares por los que muchos de nosotros comenzamos nuestras vidas

 
             

Jabeda es palabra aragonesa que designa un instrumento destinado a transportar paja acumulada después de la trilla y guardada en los pajares de las eras. Constaba de dos largos palos articulados con tiras de madera de castaño entrelazadas a manera de red. Se necesitaban dos personas para su transporte llevado hasta la pajera, situada en un rincón de la cuadra donde las bestias de labranza comían la paja mezclada con algo de cereal.






  Era cuando entonces. Hace ya más de sesenta años. Los tres cobijados por una jabeda. Era entonces. Cuando los últimos días de la trilla. Cuando las últimas parvas. Cuando ya comenzaban a llegar las tronadas y el abuelo apuraba los días con los últimos fajos de la hacina. Eran las parvas del centeno y alguna con los de la avena segada y amontonada sin más. Ya el rubión y el morcacho estaban en el granero. Ya eran los últimos días del correteo de los zagales por las orillas de la parva, medio molidas entre los cañotes con espigas. Los metieron debajo de la jabeda y les hicieron un retrato. Alguna vez los llevaron los mozos de la casa dentro de la misma jabeda. La que ahí está. La que servía para transportar la paja después del aventeo. Hacían falta dos fuertes brazos delante y otros detrás para llevarla hasta el pajar. Allí quedaba la paja volteada y al regreso los zagales se metían dentro y los mozos los llevaban como si fuera la paja y los tiraban revolcados entre la que quedaba en la era. Ya digo, después del aventeo. Y aquella tarde les hicieron el retrato. ¿Quién sería aquel que hace más de sesenta años tenía una cámara fotográfica por estas tierras perdidas en los veranos del venga y dale a las fatigas de la siega, del acarreo, de la trilla, del trabajo y más trabajo sin más, del cansancio de la labor de todos los días? No lo sé. Pero ahí está la fotografía. El retrato como decían. Para el recuerdo del hoy. Con el tiempo ha aparecido entre los cajones de la guarda y los recuerdos avivados de la memoria. Son niños, están felices, como vestidos bien pinchos para el retrato. El más pequeño, contento, risueño, como rascando el picor que le producen los restos de los cardos en sus pies descalzos, sin sentir el picazón de los pinchos en su afán de conocer el mundo que aún no entiende. El del centro muestra ya una picaresca algo somarda atrapada con sus ojos y sonrisa y sus manos entrelazadas. El otro escrutina con sus ojos castigados por el sol al mismo fotógrafo. Acuclillado sobre sus alpargadas recién estrenadas muestra por su bragueta sin botones, sin saberlo, el pispajillo incipiende de aún su niñez. Los tres contentos. En el final del verano. Con las últimas parvas del verano. Metidos en una jabeda. Hace más de sesenta años. Era cuando entonces.
 
       Aquí dejo algunas fotografías de pajares de antaño y hogaño.
 









 




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