lunes, 27 de marzo de 2017

Miguel Hernández. 75 años después.



     

 
Tumba de Miguel Hernández en el cementerio de Alicante hacia 1975.



  Creo que era en la primavera de 1975.
En el curso de Literatura que me había correspondido estudiamos textos de algunos poetas españoles, entre ellos Miguel Hernández.
 Por aquel entonces en Orihuela se celebraba un congreso  o algo así de reconocimiento al poeta.
Los alumnos se animaron a llegar hasta allí y llevar un ramo de flores rojas, amarillas y moradas a la tumba del cementerio de Alicante donde estaba enterrado.
Nos fuimos para allá desde Valencia con aquellos alumnos del Instituto Benlliure donde yo profesaba entonces.
Ante la lápida de la tumba que protegía sus restos leímos su “Elegía”.
Si un curso de Literatura no es más que una buena selección de textos, la lectura pública y recogida de ellos, con su entonación apropiada, sin aspavientos recitatorios, los explica por sí mismos.
Eso es lo que hicimos en aquella mañana alicantina.
Luego, por la tarde, nos llegamos hasta la humilde casa que ocupó Miguel Hernández, en la parte alta de aquella Orihuela sotánica y satánica, al decir de Gabriel Miró.
Después, sin saber cómo, se desató la tormenta en forma de carga con porras macizas en la mano por parte de los entonces llamados “grises”.
Nos dieron unos cuantos palos mientras echábamos a correr por los huertos oriolanos.
Entre carreras y sofocos pudimos reunirnos todos y ya de madrugada llegábamos a Valencia.
Sanos, salvos y asustados. Para casi todos fue aquel día su bautismo civil.
 Un padre me llamó por teléfono a mi domicilio cuando a las cuatro de la mañana no había aparecido aún su hijo o hija, que ya no lo recuerdo.
Al poco me volvió a llamar diciéndome que ya estaba en casa.
No sé qué habrá sido de aquellos jóvenes, hoy ya bien adultos mujeres y hombres.
Hoy los recuerdo con los versos de Miguel Hernández, cuando se cumplen mañana setenta y cinco años de su muerte, sin poder salir de la cárcel.
Nos quedan, a todos, muchas cosas por hablar, que desamordazar, que regresar, “compañero del alma, compañero”. 







Elegía


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera;
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y en tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata le requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández.

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