martes, 26 de diciembre de 2017

Teruel. Ochenta años después. Silenciados.





        Teruel. Ochenta años después. Silenciados.

Cementerio de Torrero. Memorial. Fusilados por el franquismo. @cac.

Ángel Sánchez Batea. Fusilado por el franquismo. Cementerio de Torrero. @cac

Torre de san Martín. Teruel. Desde la Biblioteca pública. @ cac

Torre de San Martín. Teruel. Enero-febrero de 1937.


Justo hace ahora 80 años de aquel 23 de diciembre de 1937.
Salgo de la biblioteca de Teruel. He consultado viejos ejemplares de aquel periódico que se llamó “Lucha”. Había aparecido en los primeros días del comienzo de la guerra civil. Órgano oficial de la Falange. La que presidía en la provincia Manuel Pamplona. Presidente también de “Lucha”. Papel dirigido por su hermano Clemente. Bendecido el diario por otro hermano, Ventura, cura.
        En la cárcel Manuel el 18 de julio de 1936. Sábado.  Porque ya andaba enredando con la conspiración sublevada. El lunes veinte empezaban las detenciones y los asesinatos. Los falangistas con sus armas dispuestas a sangre y fuego. No es una frase hecha, no.
 Hay que ver lo que escriben en su órgano oficial los Pamplona, los Alonso Bea y otros plumíferos. Madre mía, qué lenguaje, qué juramentos.
        Hasta que justo por estas mismas fechas, hace ahora 80 años, un bombazo se lleva por delante la nave en que se escribe y se imprime “Lucha”.
    Es entonces cuando el coronel Rey D´Arcourt y sus tropas no pueden resistir más. Llevan varios días sin comida, sin agua, ya sin armas. Cruza telegramas con el general Varela que tenía que haber intervenido con su cuerpo de ejército de sublevados, contraatacando las brigadas de Líster y de El Campesino.
        No lo hizo. Luego escribió unas memorias en las que acusa de traidor a Rey D´Arcourt y ensalza al obispo Polanco. También condecora a los cien civiles que consiguen escapar del cerco en los días previos a la rendición de Teruel. En realidad facilitada la escapada por el ejército republicano. Por salvar vidas. El general sería después ministro del ejército, nombrado por Franco.
         Rey D´Arcourt, herido él mismo y sin más armas que una ametralladora y un fusil, presenta ante los mediadores de la Cruz Roja la rendición. Porque acabara la sangría. Que respetasen la vida de los soldados que quedaban. Que a él lo fusilaran.
        Así se firmó. Y así fueron respetadas las vidas de muchas personas. Y muchos, muchos heridos fueron evacuados hacia tierras valencianas.
        Documentos que he podido consultar atestiguan el paso de evacuados por esta plaza donde me encuentro, limitada por el edificio del Seminario, de la Biblioteca, de la torre de san Martín.  Entonces todo destruido. La plaza ensangrentada por los cuerpos sin vida de unos y otros.
       Y la persona que se hace responsable de esa evacuación civil es Ángel Sánchez Batea, alcalde circunstancial desde este 23 de diciembre de 1937. Ya había sido concejal elegido en 1931. Socialista. Fundador del sindicato de campesinos y de la casa del pueblo, aquí en Teruel. Perseguido desde el primer día de la sublevación franquista. Escondido en alguna masada de los alrededores de Teruel. Mientras mataban nada más empezar la sublevación a su mujer María y a su hija María Pilar, de diecisiete años.
        Aquí estaban los falangistas, y los requetés, y los de acción ciudadana.   Soldados. Y guardias civiles.
        Y en esta Navidad de 1937, hace ahora justo ochenta años, el marido y padre, ya viudo y sin hija, protege la vida del obispo Polanco, y la del coronel Rey D´Arcourt, y la de su mujer Leocadia y la de su hija y de muchos civiles más. En frentándose en ocasiones al mismo “Campesino” mandamás. Entre ellos el mismo Clemente Pamplona que será evacuado y curado de sus heridas en el hospital republicano de Sueca y, acabada la guerra, volverá a Teruel y a dirigir “Lucha”. Más tarde el militar y el obispo serían asesinados en Pont de Molíns. Al primero los franquistas le considerarían un cobarde y un traídor. Al segundo lo glorificarían como héroe y santificado.
        Y nunca encontraremos los archivos de la Falange. Vete tú a saber qué se hicieron y dónde están, si es que están
        Y, al poco, ya a finales de enero de 1938, Varela entra en la ciudad destruida, machacando con sus tropas frescas las maltrechas y agotadas antes dirigidas por el estratega Vicente Rojo.
        Y entonces más civiles hacia Valencia, y la trampa en que cayeron miles y miles de defensores republicanos  en el puerto de Alicante. Donde les dejaron varados los barcos que no acudieron  a su evacuación.
        Y ahí estaba aquel alcalde quien había puesto por nombre a sus dos hijos varones Jaurés y Volney, en memoria de Jean Jaurés y de Volney. El primero socialista y héroe de la paz y de la libertad en Francia, el segundo filósofo racionalista.
        Así me lo contaba el mismo Jaurés con una vitalidad y una memoria prodigiosa. El mismo que aún no ha podido enterrar a su madre y a su hermana tantos años después, aunque sospeche que estén sus cuerpos amontonados junto a otros más de mil en los pozos de Caudé.
        El mismo hijo de aquel Ángel Sánchez Batea que acabaron fusilando los sublevados franquistas en las tapias del cementerio de Torrero, en Zaragoza, la madrugada del 29 de mayo de 1943.
        El mismo hijo a quien escucho que la primera obligación de un hombre de izquierdas es ser ético.
        El mismo Jaurés a quien hago sabedor de que he encontrado documentos, en el archivo histórico, con una denuncia a su padre en la que se le acusa de instigador de la represión en aquella Navidad de hace justo ahora ochenta años.
        El mismo a quien digo que la denuncia está hecha por mano distinta de quien es nombrada porque la denunciante no sabe escribir.
        Tiene bemoles la carga de leña. El papel de la denuncia escrito por el agente policía de turno lleva bien clara su datación al principio: “siendo las doce horas, treinta minutos, del 9 de mayo de 1944”.
          Tiene bemoles, repito, porque justo el 29 de mayo de 1943, un año antes, Ángel Sánchez Batea había sido fusilado en las tapias del cementerio de Torrero, después de haber sido condenado a muerte por un tribunal militar de Zaragoza, y en cuya sentencia estampó el “enterado” quien sigue a los pies del altar del pétreo monumento que se erigió para sí mismo, levantado con los brazos de sus mismos condenados, entre las graníticas piedras de Cuelgamuros.
          Jaurés y yo nos despedimos con un abrazo íntimo en esta mañana de un Teruel soleado. Justo en medio de la plaza limitada por el Seminario, la Biblioteca y la torre de San Martín, erguida y hermosa moza mudéjar.

Jaurés Sánchez Pérez. Orrios. Agosto 2017. @ cac



     
       

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